TRIBUNA:
PENSAMIENTO POLÍTICO
El
autor compara la confianza en el futuro que había en los 80 con el
miedo actual. Denuncia el sometimiento de Europa a una Alemania ajena
a la angustia de la gente
Antonio García Santesmases es catedrático de Filosofía Política de la UNED.
Todos
los medios de comunicación se han hecho eco del acto organizado por
el Partido Socialista para conmemorar la llegada del PSOE al Gobierno
en diciembre de 1982. El formato del acto tuvo especial interés: se
trataba de un diálogo entre el presidente del Gobierno de entonces
(Felipe González) y el actual secretario general (Alfredo Pérez
Rubalcaba) moderados por María González Veracruz (perteneciente a
la actual comisión ejecutiva del PSOE, siendo la más joven de sus
componentes).
El
optar por esta metodología permite la visualización en el escenario
de tres generaciones: la generación que protagonizó aquel acceso al
Gobierno; la generación que entonces comenzaba su vida política
institucional y la generación que hoy inicia su andadura.
Para
la generación entonces triunfante el acto tenía algo de
resarcimiento, de reconocimiento, de poner las cosas en su sitio. Era
un gran día en el que se podía rememorar la época en que teníamos
grandes victorias, en el que éramos un equipo triunfador, en el que
sabíamos lo que queríamos y la realidad nos era propicia.
La
imagen de Felipe González recordando todos sus logros, dando cuenta
de todas sus hazañas, insistiendo en que cuando se quiere, se puede,
contrastaba vivamente con las intervenciones de los otros dos actores
de la representación. La representante más joven recordaba los
grandes logros de aquella época que para ella se simbolizaban en los
institutos de enseñanza, en los programas Erasmus, en la sanidad y
mostraba su agradecimiento y admiración a aquella generación que
había alcanzado cimas tan altas, imposibles de imaginar en estos
tiempos de penuria.
El
mayor interés estuvo en la generación intermedia. Era una
generación que había comenzado el trabajo político-institucional
en aquellos años, que se sentía identificada con sus mayores, que
le gustaría emular al Madrid de las cinco copas de Europa, pero que
sabía que en su haber estaba el peor resultado electoral en
democracia. ¿Era todo fruto de una incapacidad para el liderazgo?;
¿se trataba de un problema de voluntad?; ¿cuáles eran las
diferencias entre aquellos años y estos años?
El
representante de la generación intermedia intentaba -cuando podía
hablar- poner encima de la mesa las diferencias entre uno y otro
momento, pero no era sencillo: el líder de la generación triunfante
volvía a recordar los grandes logros, a rememorar las grandes
hazañas, cuando él y solo él creía que era posible alcanzar la
mayoría. Más allá de la apoteosis de la voluntad propia hubo, a
pesar de todo, algunos instantes en que se pudo reflexionar sobre
tres cuestiones que marcan la diferencia entre uno y otro momento: se
recordó que, en aquellos años 80, la mayoría de la población
tenía esperanzas de ir hacia delante, de mejorar, y creía que el
futuro (1) sería mejor que el pasado. Esas esperanzas de progreso y
de movilidad social, de redistribución de la riqueza y de apertura
de las oportunidades, se asociaban a la inserción en el club de los
países ricos y poderosos, en esa Europa (2) que iba a significar la
solución a nuestros problemas. La consolidación de la democracia y
la subordinación del poder militar al poder civil, el final del
terrorismo y la desactivación del golpismo, estaban unidas a un
proyecto de reforma y modernización en el que podrían superarse los
antagonismos de clase hasta el punto de que la inmensa mayoría se
pudiera sentir (3) clase media.
Ninguna
de las tres cosas existe hoy. Hay miedo al futuro; de Europa hace
tiempo que solo vienen malas noticias y las clases medias están
desapareciendo en un contexto donde sólo muy pocos se salvan de la
crisis (el famoso 1% que acapara las riquezas del 99% restante). En
estas circunstancias: ¿qué se puede hacer?
Lo
más importante de toda la jornada no fue ni la reprimenda del
antiguo líder ni las llamadas a la voluntad; todo ello ha servido
para llenar titulares de prensa, pero lo esencial estaba en que, por
primera vez, se discutía con claridad acerca del actual proyecto
europeo. Ya no son únicamente los sindicalistas o los economistas
disidentes; no se trata sólo de los foros sociales o de los que
dijeron desde el principio que por este camino Europa se encaminaba
al desastre; ahora son ya los políticos más moderados del
centroizquierda (Prodi, González, Soares, o Delors) los que
denuncian que estamos construyendo una Europa bajo dominación
alemana y que, si seguimos por este camino, cavaremos nuestra propia
tumba.
El
hecho es nuevo porque en los años 80 en España discutimos de la
política de bloques militares, de la carrera de armamentos y del
peligro de un choque entre las dos superpotencias. Hoy ya no existe
la Unión Soviética, ni el Pacto de Varsovia, ni es posible una
guerra nuclear. Hoy tenemos otros problemas; estamos sometidos en
Europa a la hegemonía de una potencia económica que hace caso omiso
de los sufrimientos de una parte muy importante de la población
europea; estamos sometidos a una potencia que mira únicamente por
sus propios intereses y cuya líder puede volver a triunfar en las
elecciones del mes de septiembre de 2013.
Si
queremos evitar los males de esta política de austeridad tenemos que
dar una respuesta; tenemos que articular un contrapoder sindical
europeo con el que los Estados tengan que negociar; ese contrapoder
(por el que clamaban los trabajadores en la huelga general del pasado
14 de noviembre) tiene que ir unido a la voluntad de los países
europeos de plantar cara a Alemania, de recordar que por el actual
camino vamos al desastre.
Y eso
fue para mí lo más interesante del acto del aniversario. Todo ha
cambiado y los españoles -con la excepción de una parte de
Izquierda Unida que insistió en estos peligros como la voz que clama
en el desierto- no fuimos capaces de prever el monstruo que estábamos
creando. Hoy ese monstruo ha crecido y las respuestas siguen siendo
muy tibias. Por ello, cuando se dice que la izquierda no tiene
proyecto hay que responder que no es verdad, que sí lo tiene, que se
trata, por complicado y difícil que sea, de plantar cara a la actual
deriva europea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario