¿QUIÉNES
SON "LOS NUESTROS”?
La Izquierda ante el Nacionalismo
Esteban
Villarejo
Doctor en Ciencias Políticas.
Licenciado en Derecho
Miembro de Izquierda Socialista- PSM
La mayor parte de los
seres humanos parece identificarse con una localidad, región o
nación determinada, o con varias de esas comunidades al mismo
tiempo. Esa simpatía suele incluir a los seres humanos que conviven
en esos territorios. Ambos sentimientos también suelen conducir a
pensar que las comunidades en cuestión tienen derecho a asumir
determinadas responsabilidades, y para ello deben disfrutar de las
competencias correspondientes.
En este punto los
sentimientos que se comentaban suelen acompañarse de la reflexión
racional, y también de la opción. Eso suele surgir, por ejemplo,
cuando la la simpatía hacia la propia tierra se proyecta al mismo
tiempo a distintas esferas territoriales (localidad, región, nación,
comunidad de naciones...). Conviene examinar racionalmente como
distribuir responsabilidades y competencias entre unas comunidades y
otras, y tras eso es legítima cierta capacidad de opción, sin que
eso excluya los sentimientos de identificación y afecto, y también
la reflexión ética y la que se centra en la legitimidad de las
atribuciones a unas comunidades u otras.
Existe una concepción
global que se ha mostrado muy útil para distribuir funciones entre
unos ámbitos y otros, y al mismo tiempo, coordinar dichas funciones.
Se trata del modelo federal.
IDONEIDAD
DEL FEDERALISMO PARA LA ORGANIZACIÓN POLÍTICA DE ESPAÑA
El modelo federal parece
muy adecuado para España. Nunca se ha adoptado de una manera
explícita y formal, pero en distintos períodos y muy decisivos, se
han empleado fórmulas muy cercanas, y con resultados muy positivos.
Uno de esos períodos es
el que se inicia con el mismo origen del Estado español en la
Modernidad, uno de los primeros de Europa e incluso del mundo. La
organización política visigoda desapareció con la invasión
musulmana, pero dejó tras de sí la aspiración a una unidad que,
finalmente, fraguó bajo los Reyes Católicos. Estos inauguraron una
unión dinástica con características originales desde sus
comienzos, pues esos monarcas mantuvieron la independencia formal de
sus respectivos reinos, pero cada uno participaba en el gobierno del
otro, y crearon instituciones unas veces comunes y otras
gemelas. Sus sucesores de la Casa de Austria prolongaron esa
combinación de diversidad y unidad, pero ya bajo un solo soberano.
El advenimiento de un rey
de origen francés rompió con la independencia formal y autonomía
de hecho de los antiguos reinos. Eso originó un sentimiento de
agravio en territorios donde existía una conciencia autonomista.
Después, tras un siglo de centralización con la dinastía de los
Borbones, la Guerra de la Independencia provocó un movimiento
organizativo que tiene analogía con la federalización. Ante la
invasión francesa, con la imposición de un nuevo rey extranjero y
un Estado aun mas centralizador que el anterior, surge el prodigio de
que en distintas provincias se constituyen juntas, y luego todas
ellas eligen una Junta Suprema Central, y se convocan Cortes
Constituyentes.
Todo ese movimiento
organizativo implica una conciencia de nación que, al mismo tiempo,
se manifiesta en los múltiples levantamientos que surgen en multitud
de lugares. Así como el Estado español había surgido como uno de
los primeros en Europa a fines del siglo XV, ahora es la nación la
que se hace plenamente manifiesta, a principios del siglo XIX como
una de las primeras en el mundo.
Tras la Guerra de la
Independencia, se restablece la dinastía de los Borbones, y con ella
vuelve el centralismo. En los dos breves períodos republicanos se
vuelve a reconocer la autonomía de los territorios, pero la
Dictadura del General Franco retorna al centralismo, si bien con unas
concesiones singulares a dos provincias, y con ello a la Comunión
Tradicionalista, una de las fuerzas que había cooperado en el
llamado “Movimiento Nacional”.
Con el restablecimiento
de la democracia, la Constitución de 1978 abre paso a un proceso de
descentralización que se ha prolongado durante casi 30 años. A su
término, la situación es muy cercana a un Estado Federal, si bien
se mantiene una dinámica orientada a la transferencia de
competencias; y en algún caso a la transferencia de toda la
soberanía.
LA
IZQUIERDA ANTE LA CUESTIÓN NACIONAL Y LA ORGANIZACIÓN DEL ESTADO
El comportamiento de las
fuerzas de Izquierda desde el principio de la Transición Democrática
hasta el presente, ha sido desigual. Ha habido partidos y sindicatos
que se han unido a organizaciones burguesas en pro de los
nacionalismos periféricos. Otras han adoptado posiciones más
inclinadas al españolismo, o equidistantes entre uno y otro
nacionalismo.
Ante esa dispersión,
podríamos preguntarnos si hay alguna orientación que se pueda
entender como más propia de la Izquierda, o más coherente con sus
planteamientos básicos.
Creemos que sí, y por
razones que trataremos de sintetizar. Por descontado, nuestros
planteamientos son objetables, y estaríamos muy honrados si son
objeto de debate.
Para empezar, hay un
posicionamiento que entendemos como propio del socialismo
democrático, y no por socialista, sino por demócrata. Se trata de
la aceptar consultas de autodeterminación a escala autonómica. Es
cierto que en este momento son contrarias a la legalidad
constitucional, pero parece conveniente que se reforme la
Constitución al respecto, o que se interprete de tal modo que se
transfiera a las Comunidades Autónomas la facultad de convocar ese
tipo de referendos.
Lo más importante para
la Izquierda es qué opción tomar en esa consulta. La más
conveniente parece que debe combinar las competencias estatales, las
autonómicas y las municipales, a través de un federalismo
equilibrado.
Ahora bien, ¿qué se
debe entender por equilibrado? Es posible que convenga realizara
todavía algunas transferencias, al menos en algunas comunidades;
ahora bien, lo que parece más importante en términos generales es
converger en objetivos comunes. Es de gran importancia subrayar que
no defendemos un movimiento de re-centralización, sino una acción
multilateral, pero convergente hacia objetivos compartidos.
Para los trabajadores y
los excluidos hay muchos objetivos que solo pueden conseguirse con
eficacia a una escala bastante amplia. Por ejemplo, la existencia de
un mercado amplio sigue siendo de gran importancia para la
productividad, y por tanto para la competitividad y el desarrollo. No
es una causalidad que los países que atraviesan más dificultades en
Europa sean de pequeño tamaño y población, mientras que Alemania,
a través de la Unión Europea, disfruta, al menos para muchos
productos industriales, de un mercado prácticamente interior que es
más grande que el de Estados Unidos. En cambio, mientras países
como Alemania han visto aumentar extraordinariamente su mercado,
España ha visto reducirse el suyo para muchos productos, sobre todo
servicios, debido al desarrollo autonómico. Para ciertos servicios
existen condiciones distintas de prestación en cada una de las 17
comunidades autónomas.
La amplitud de mercado es
importante en especial para los factores productivos, y especialmente
para el trabajo. Para optimizar el empleo y la calidad en las
condiciones de trabajo, es de gran importancia que el mercado de
trabajo sea lo más amplio posible, y asimismo los marcos de
negociación colectiva. En este punto hubiera sido lógico que los
sindicatos hubieran defendido de manera tenaz la amplitud de esos
marcos, y sin embargo bastantes uniones territoriales han asumido el
nacionalismo estrecho de partidos burgueses.
También es conveniente
un ámbito amplio para optimizar la eficacia y eficiencia en muchas
actividades, tales como una Ordenación del Territorio eficaz, o una
política científica eficiente.
Estamos hablando de
razones de funcionalidad; ahora bien, hay otras razones de más
profundidad, que afectan a los sentimientos de identificación y
afecto que señalábamos al principio. Decíamos que probablemente la
simpatía hacia la propia tierra tiene mucho de natural, y afecta
también a los trabajadores. Ahora bien, en el trabajo suele
experimentarse una solidaridad especial hacia los seres humanos con
los cuales se comparte un esfuerzo común. Esa solidaridad tiende a
prolongarse hacia otros trabajadores menos cercanos, pero que
desarrollan un esfuerzo semejante, y a menudo sufren una explotación
y exclusión análogas a las propias. Si se aspira a una superación
de esa injusticia, la emancipación ha de ser también un objetivo
global o no se conseguirá. Es necesario pasar por encima del juego
social tal como lo percibe y teje el liberalismo, incluyendo los
nacionalismos. Esas cuestiones tienen una importancia secundaria, y
los trabajadores no pueden distraerse de las realidades
verdaderamente relevantes, sino que deben diseñar una estrategia de
emancipación eficaz, y utilizar la fraternidad entre ellos para
conseguir una sociedad justa, solidaria y verdaderamente democrática.
Los nacionalismos solo pueden servir para distraerse de los
verdaderos objetivos y caer en las reglas de juego de la burguesía.
Por tanto, hemos de
replantearnos quiénes son verdaderamente "los nuestros". Lo
son todos los seres humanos, y en especial los más próximos. Ahora
bien, los que merecen de manera prioritaria nuestra solidaridad y
ayuda mutua, son los hombres y mujeres que trabajan para satisfacer
las necesidades del conjunto, y a pesar de ese trabajo son a menudo
explotados y excluidos.
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